Aunque todavía enfrentemos una didáctica jurídica basada en la clase maestra, creo que no podemos negar la presencia de cada vez más espacios en los que esto ya no es así, por ello, sería apropiado hablar de un cambio en las formas de enseñanza del derecho, o una transformación del modelo didáctico, ello, sin duda, directamente relacionado a la transición que vivimos en las ciencias de la educación, de un modelo de enseñanza a un modelo de aprendizaje.
Dentro de las propuestas que la didáctica por competencias trajo a la educación universitaria cusqueña hace como quince años, se encontraba la casi obligatoriedad de que en todos los cursos, se dé la exposición del estudio de un tema asignado o elegido, dentro de un determinado proceso, lo que en su tiempo seguramente fue importante y sí logró cambiar en alguna medida, el protagonismo del profesor por el del estudiante.

Sin embargo, y sin desmerecer la exposición (quizá ya tradicional) hemos tenido la experiencia de complementarla con la solemnidad protocolar del evento académico, donde además de profundizar más en el desarrollo del tema y el incremento de particularidades como el tiempo y la formalidad, cuenta con el agregado de tener no solo la participación de un interviniente, sino de estar acompañado por más estudiantes quienes tendrán la responsabilidad de comentar, complementar y en algún caso criticar, la ponencia realizada, acrecentando así, la preparación, no solo del expositor, sino de los panelistas, y en general de la discusión, análisis y entendimiento de los participantes y del público que lo atestigua.

Todo este proceso académico, debidamente dirigido y supervisado, suma al desarrollo de las competencias, sobre todo en materias como la Argumentación jurídica, que puede presentarse como una asignatura particular, o como un eje transversal de todo un plan curricular.